¿Quién de nosotros, cuando ha reconocido al Señor y su proyecto, cuando se ha sentido, siquiera por un tiempo, profundamente enamorado del Evangelio, no ha sentido necesidad de darlo a conocer? ¿quién de nosotros, tras su encuentro con Cristo y tras experimentar el calor de su cercanía, de su ternura y su perdón, no ha querido que el resto del mundo tuviera la misma experiencia?
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