¿Cuál crees que es el caldo de cultivo que ha provocado la celebración de una Asamblea Diocesana en Salamanca?
Creo que, por diversos caminos y de distintas formas, muchos hemos intuido y constatado la necesidad de hacer un anuncio más auténtico, más coherente, más creíble y más alegre de la Buena Noticia que hemos recibido. Las personas de nuestra Diócesis la necesitan y, como Iglesia local, tenemos que hacérsela llegar más convencidos y enamorados de ella.
¿Qué esperas de esta Asamblea?
Confío en que sirva para que, dentro de la Iglesia, nos conozcamos, apreciemos nuestra diversidad y trabajemos mucho la comunión, la unidad, que es asignatura pendiente. Y hacia fuera, que consigamos la identificación de la Iglesia con la persona de Cristo, y todo lo que eso significa. De la Asamblea espero que salga una mayor conciencia de pertenencia a la Diócesis y una mayor presencia de los laicos en la misión de nuestra Iglesia salmantina.
¿Cuál es el mayor riesgo?
La Asamblea tiene sentido si somos capaces de replantearnos métodos, estructuras, rutinas, parcelas personales, y sobre todo, si cada creyente primero, luego cada familia, y posteriormente cada pequeña comunidad, parroquia, cofradía, movimiento, etc. se hace esas preguntas. El mayor riesgo es que cada uno demos por hecho que lo que venimos haciendo o lo que siempre se ha hecho así, es lo que debemos hacer. Debemos estar abiertos a la escucha y al diálogo entre hermanos.
¿Cómo alentar a la participación?
Primero invitando a llevar esta propuesta de la Asamblea a la oración personal y a la comunitaria, e ir dejándonos iluminar por el Señor, a ver qué nos sugiere acerca de este momento y qué nos pide. Es Él quien nos ha enviado a anunciarle. No es una ocurrencia del Papa o del Obispo. Si de verdad nos creemos ese envío, que no es sólo para los sacerdotes o los religiosos, sino también para los laicos, la inmensa mayoría de creyentes, nos pondremos en camino y en estado de Asamblea.